Cuando el escribidor
acabó de contar sus historias de viejos, pensó
que llegado este momento tal vez sería capaz de entender algo más
de porque las cosas son como son y no como parecen serlo. Tal vez en el
fondo deseara acomodarse en algún lugar más complaciente
del camino y saborear as ese triunfo que exhiben aquellos que creen
dominar alguna atalaya. Sin embargo,
se sintió de nuevo acobardado de seguir siendo un cuasi nadie
en la tierra de todo nada. Y sin saber responder a tanta incertidumbre,
cerró los ojos y descansó que por aquellos tiempos
un gran temor aconteció entre las gentes del pueblo. Miedosos
todos ellos, en los días postreros de un año cuyo número
no se atrevían ni siquiera a nombrar, pues recelaban de que
éste fuera el último de su ya larga historia, pero
que siempre a los ojos de los humanos se presentaba como inacabada. Sin
embargo, allí estaban luminosas y desafiantes, las cuatro
cifras del año pintadas sobre la fachada de cal del ayuntamiento.
Tal susto se extendió entre los vecinos del pueblo de las
casas blancas, que pocos se aventuraban a salir a la calle. Con las luces
apagadas y las ventanas cerradas, invernaban presas del desánimo.
Por eso, pocos pudieron saber lo que comenzó a ocurrir afuera.
De repente, cuando el invierno entraba en heladas, muchas cosas comenzaron
a trastocarse. As a, el gris del cielo se volvió azul. Sobre
el verde de los campos nacieron flores de primavera. Los animales se agruparon
entre ellos. Los campesinos que recogían las aceitunas empezaron
a hablar del arca de un tal Noel, como el único refugio seguro
donde cobijarse. Y unos a otros, se asían con fuerza las manos,
en un intento de confortarse mutuamente, con ese calor que apacigua
las desconfianzas. Todo se hacía extraño e inquietante. Entonces, en
una de aquellas casas, un niño se divertía alegre, ajeno
a las preocupaciones de todos sus paisanos. Jugaba a echar colores, esparcidos
sin más criterio que verterlos en el interior del cascarón
desarmado de una bola de esas de alambre con las que jugaba con sus hermanos
a la lotería. Jugaba, porque ahora lo que hacía era poner
en su interior colores de los de pintar que eran repartidos sin más
orden que el que proporcionaba la manivela movida a gran velocidad, desparramándolos
por el suelo, por las paredes, y más , por casas y campos,
llenando hasta el cielo con sus manchas de color. Así
fue que de pronto, se escuchó en el silencio que invadía
el pueblo, la voz de la madre de ese niño. Enrique, quieres venir
ya a echar de comer a las gallinas y dejarte de inventos, le gritó
. Asustado de que su madre viera el mundo lleno de manchas, fue corriendo
al pilón de cal que había en el patio, y tomando un ìjopoî
comenzó a borrar de aquí y allá
todos los dibujos que su máquina había creado. Llegado a
la puerta del ayuntamiento, también deshizo los grises, bermellones,
añiles y otros colores más que habían dejado el número
del año que nadie quería nombrar, que no era otro que el
2000, en una sombra de número. En su lugar escribi O 1. De pronto, mientras
él corría de regreso a su casa, la gente comenzó
a asomarse a la puerta y todos fueron apresurados hasta la plaza del pueblo
donde el número terrible del año que podía haber sido
el último, era ya el primero de una era que todos iban a comenzar
juntos. Bebieron vino y los niños jugaron en la plaza, mientras
comentaban cuan tontos son los miedos, y que cosas tan raras ocurren a
veces, sin que nadie pudiera explicarlas. Por entonces,
Enrique, ya había principiado a crear un nuevo invento. Como ocurriera
siempre en este pueblo, como en tantos otros, siempre había
un niño feliz que sabía hacer para quitar los temores
de la gente que no eran niños. El escribidor
le conoce y les puede asegurar un sueño tranquilo. Ese niño
cuida de ustedes, está en ustedes.
Zuheros 16 de diciembre de 2000
Antonio
Cuando el escribidor
acabó de contar sus historias de viejos, pensó
que llegado este momento tal vez sería llegada la hora de entender
algo más de porque las cosas son como son y no de cualquier otra.
Querid@s
amig@s, además de en la lista de correo, permanecéis en
el corazón de esta gente del sur. También
disponibles en el próximo milenio, en todas las versiones de
escucha, risa, ayuda mutua y demás formas que ustedes quieran
trabajar esta sencilla amistad en el próximo milenio. Le
envío un cuento y les deseo lo mejor ,
mientras les pido que no dejen de hacérmelo saber. Un
fuerte abrazo Antonio
y compañía.
de antonio a 31 diciembre
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