APOLONIO DE TYANA
y el agua es para
mí como la tierra firme.
Poema egipcio del
siglo XIII A.C.
Sobre el vasto desierto ha descendido
un cántico estremecedor.
Todo el ultraje ya es palabra del
pasado.
¿Qué abismo de sabiduría
persevera hasta el erial
en que comen y beben de esta sangre?
¿En qué muro viste crecer
la enredadera amarilla
que ahoga al prisionero amaestrado
bajo tantas clausuras?
Yo te traigo la joya de una progenie
espantosa,
una suma de pétalos agrios,
la ilusoria melodía
que sólo el jaspe reconoce.
Me asomo a la minúscula entrada.
Oculta como una breve fisura entre
la niebla y el crimen,
miras la rosa azul inexpugnable,
la migratoria flor de Judea
que tus ojos deshabitan donde no me
retengo,
y que inmolo con todo el luto de mi
especie.
Lo increado ampara la destronada mansión
en que sueñas.
Las criaturas hubieron de desprenderse
del fruto enardecido
hasta purificar la muerte en esa eternidad
de un solo instante,
eternidad, mi eternidad, vieja ráfaga
ebria
subiendo en este pozo de las maldiciones.
Así quisiste el secreto:
suspendido entre los vahos de la pócima
letal,
chocando contra las trampas de la
perduración.
Un sudario de crines dejas a tu paso.
¿Quién horada hasta
el eco, interroga
a su aviesa agonía con fábulas
de amor, tan sólo súplicas?
Las caravanas se detienen.
Zumban abejas en la boca del druida.
Nadie enciende candiles para mí
en el refugio
de crepúsculos y noches que
son la Historia.
¿Cuándo el vítreo
final, la engañosa bandada
de colibríes sobre el cuerpo
yacente?
¿Y aquellas feroces dinastías
de mi visión,
esculpidas con la certeza de las lluvias
de Urduk?
¿Fue feliz el que estuvo?
¿Era mi cuerpo un lenguaje
anterior a la palabra,
o apenas el héroe vacilante
-pantera vacilante-
entre los hierros de su prisión
a solas?
Nadie se aleja ni espera por mí,
por él, por el que fui
antes que dios,
antes que el remotísimo esplendor
de una corona sepultada en la hierba.
París, diciembre
de 1997
EL SEQUITO
Fue necesario correr entre los muros
implacables,
por esponjosas, vampiras destilerías
hechas sólo para entrar como
a un edén invertido.
¿Cuándo el cuerpo llenándose
de tardías rotaciones
hacia la primera inhumación
de la especie?
No me aguardaban esfinges, ni idiomas
trasvasados,
ni heredades nocturnas
al compás de un tambor que
convoca y redime.
Eran criptas celestes, hebras desusadas
escurriéndose contra todo perdón
en la sangre,
abriendo mi boca de destierro bajo
un sol de exorcismo.
Y más acá del aluvión,
el cortejo invisible
con pupilas que descifran relámpagos
en el fondo del vaso,
atajos que olfatean la estrecha salida.
No adulteres respuestas.
¿Y qué pólipos
de escalofrío para explicar este vuelo?
¿No fueron ellos los mártires,
los furiosos, los obedientes,
los que acecharon la sed y el asco
de este mundo
para arrojarse sombríos a las
fauces del león
como presintiendo el gusto del infierno?
Grandes despojos decretaron.
Durmieron vanidosos de terror junto
al ultraje.
¡La exangüe mansión
del escogido!
Se embebieron de un áspero
deleite
sin suplicar jamás la llaga
en el costado.
BAHIA DE TODOS LOS SANTOS-BUENOS
AIRES, FEBRERO DE 2000
ERRANTE EFIMERO
a José Saramago
Claustral hasta el delirio,
he abierto el lánguido prodigio
que desoyen
los espejos de amargura.
¿Cuándo razona el ahogado
su navaja de oprobio?
La imagen se vela, avanza hacia el
navío.
Escarba la tierra como un vegetal,
estira las raíces endurecidas
por la noche
tan sólo para desposeerme.
Apenas me mira con su telar y su rueca,
y a puertas cerradas vuelca las cenizas.
Iniciales de fuego cruzan el alba.
Han dado la bienvenida al dios despedazado
/por los perros
mientras la intriga sella el feroz
acertijo
de hielo en mi caverna.
Las paredes se cierran a su paso.
No duerme el deseo entre las muchedumbres.
En un hálito de sol teje su
mito.
Polvoriento, se disfraza de hombre
o murmurio
bajo la luna llena del bosque.
Así veía de cerca las
cruces desgarradas,
extendidas como sábanas en
el corazón prohibido.
¿Qué debió deshacerse
ante las cruces?
Hubieron un héroe, una heroína,
y toda la tempestad en el barco que
nos lleva.
(Acaso fuera bueno empeñar
el cuerpo suicida
contra estos guijarros,
lanzarlo desde la cumbre de las furias
que signan la condena.
Pero no son ésos el gesto
ni el vocablo.)
Tapicerías de la muerte
llenan de hurones salvajes nuestra
casa.
Desde hace siglos asisto a esta celebración.
Veinticinco puertas se han abierto
ante ellos:
¿Qué esfinge me
erige de la hierba?
¿Por medio de qué
athanor indudable
verías evaporar la historia
en una gota de agua?
¿Qué amapola desprendida
crece desde el fondo
de la tierra hasta los labios?
¿Cuál río de
enigmas, espurio y mordaz,
arroja cabezas a su lecho?
¿La tormenta en las balaustradas
del ayuno,
otro carbón encendido en la
mano inmóvil?
¿Un batir de alas cegador,
un resíduo perdido?
¿O el hambre avarienta en la
cabeza de la alondra?
Lo que abandonas -lejía del
descendimiento-
regresa a tu morada como aquelarre
entre las vejaciones de la luz.
La criatura raspa su fábula
encantada.
Son llagas de luto para entrar y salir
de los escombros.
Puedes decir el cielo de la inmensa
pena,
la araña roja de la desnudez.
A uno y otro lado del río,
hallarás el oro.
Así debió de ser el
torrente.
Lo que aún de insidia aspiran
estos nudos,
será ilusión fastuosa
devorando a sus crías.
¿Pero qué impronunciable
juventud sobrevive a las aguas?
Nadie queda en el secreto recinto;
nadie invade, ni delata, ni teme al
viento
que repite cada nombre.
Las vastas lluvias han crecido como
la lepra.
¿Era la peregrinación
milenaria, la perfectísima?
¿Su imaginería estallando
en hojas de pavor,
a punto de entreabrirse?
Hoy los desechos urden el tránsito
del hombre.
Los tibios se revuelcan.
“He mirado en sus rostros y sólo
son un puente."
Duermen los alucinados.
El ángel ladra en busca de
su rosa oscura.
Los insensatos beben del pozo de las
certidumbres.
“He mirado en sus rostros y sólo
son un puente."
Gime el irredimido, el glorificado
por la nada.
Huye el verdugo entre los roedores
de huesos.
El infausto reclama por la luz
sobre las cáscaras de un fruto
sobrenatural.
Un cráneo de trasnochada inocencia
yace en el zanjón.
“He mirado en sus rostros y sólo
son un puente."
Otro campesino agoniza:
los gusanos caminan su carne de miserias.
Dos criminales se reconocen en la
pesadilla.
¿Maldice el postrado lo suficiente?
Se abolieron las tribus, se abolieron
las reglas.
Clama el venerable, pálido
prodigioso,
por la húmeda herida silenciando
la piel
que fue vigilia y triunfos y derrotada
eternidad.
“He mirado en sus rostros y sólo
son un puente."
El albañil danza en medio de
la torre quemada.
Los cachorros rezan para encontrar
la remota señal
al desamparo inhábil del que
procrea fantasmas.
-Todo es inasible, lo sabes desde
antiguo,
cuando oíste crujir el humo
de sangre en las plazas
y aullaste, aullaste con el grito
cerrado del rehén
en la más alta sombra.
Has vuelto a la madriguera.
Amenazas a quienes no te conocen.
¿Era éste el dolor que
me esperaba desde el nacimiento?
He llamado al palacio de la hiena
con su puerta de humildes.
Acaso haya congregado al que no fue
con todo el festival de telarañas
del miedo a su favor.
Ocultaron las huellas.
Hubo un tajo en el cielo,
semejante al que vieron los ojos de
Cristo en la hora sexta.
¿Y quién vuelve para
clamar desde la niebla: “Tengo Sed”?
Cuando el eco se incline sobre el
rayo,
un vidente cruzará el muro
invisible.
Quien sustrae o agrega más
savia a estos capullos,
permanece en espuma.
¡Años y más años
para este abandono enloquecido!
¡Padres y padres de orfandad
apagados de un soplo!
Sin embargo no verás la orilla
desterrada,
la prueba de un remoto escalofrío;
antigua sierva, la boca que se agita
entre fragmentos.
Me palpo la sangre con los ojos.
Esta cruel inmolación necesita
un destino.
París, otoño
de 1998
AQUEL ROBERT BROWNING SALIENDO DE
LA HIERBA
Viento que has gastado el sol con tu
secreta lámpara, apenas
el asco por el mundo
y ni siquiera el albor como un insuperable
ramo de prodigios
que desde la pesadilla no llega.
Vengo a ti cuando soy nadie.
¿Cómo estará
tu canción resplandeciente entre carbones fríos?
No se destruiría el espanto
con esta posesión.
El viviente reclama agua arrastrándose
en un cuarto de hotel
lleno de libros y de sombra caníbal,
mis testigos.
Es insostenible tu amor reclinado
para siempre entre los muertos,
el curvado rostro derritiéndose
en su hoguera,
agravado quizás en la pasión
sin sosiego de los días.
Has vuelto a arrojar sombra donde
hubo tinieblas,
a quemarme el corazón con esta
sangre.
¿Qué carne, vieja criada
de las telarañas, riendo a solas?
No hay terrazas para ver la tempestad.
No hay pleamares, furiosas danzas
de escarnio.
No hay impaciencia de fruto en este
infierno.
So is the murder managed, sin conceived
to the full: and why not crowned with
triumph too?
Why must the sin, conceived thus,
bring forth death?
Vengo a ti cuando soy nadie.
Señor inacabado en el hambre,
acógeme.
> > From:
"MANUEL LOZANO" <fied_bsas@arnet.com.ar>
> Date:
Mon, 23 Sep 2002 21:56:55 -0300
> To: "OE" <salvaje@poesiasalvaje.com>,
<poesiasalvaje@eListas.net>
> Subject: PARA: POESIA
SALVAJE -
> Estimados amigos:
Les envío varios trabajos personales, por adjuntos, para
> la próxima
edición. Mis mejores augurios y un fuerte abrazo!
> Manuel Lozano
de Manuel
Lozano
a 30 de
Septiembre 02